martes, 2 de febrero de 2010

LA IGLESIA QUE FRANCO LIBERO Y SALVO

La situación actual de la Iglesia, en especial la católica, es en España de verdadera decadencia.
No se trata ya de una falta de vocaciones. Pese a esta falta, sigue siendo la Iglesia católica mucho más fuerte, numerosa, potente e influyente, que cualquier otra secta religiosa de las que actúan en España, pero... ¿Cuántas veces ha llamado a la puerta de nuestra casa algún sacerdote católico con afán proselitista? Por el contrario, casi a diario invaden los domicilios particulares un sin fin de personas que sustentan ideas religiosas de dudosa popularidad y, sin embargo, una y otra vez, siguen, pese a los fracasos, insultos y chascos, insistiendo e intentando convencer — ¡y convenciendo! — a gran número de personas.
La Iglesia católica es en la actualidad un cuerpo muerto, un organismo sin vida, convertido en
una oficina burocrática administrativa, dispuesta a poner cuantos más impedimentos para cualquier
solicitud que se le haga. Su finalidad es la de ofrecer a los creyentes —que lo son pese a los
sacerdotes actuales— misas, bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones, etc., y alrededor de todo
esto montar un interesante tinglado administrativo. Si en la parroquia, barrio o distrito, un matrimonio tiene un hijo, ningún sacerdote se preocupará de saber si se le ha bautizado o no. El niño puede estar diez años sin ser bautizado, sin que ningún miembro de la parroquia tenga conocimiento de ello. Si dos personas de distinto sexo habitan un mismo piso, realizando vida matrimonial, será la parroquia la última en enterarse, todo el barrio lo sabrá menos ella, y, cuando se entere, simplemente dirá: “una oveja descarriada”, y se despreocupará. Si una persona va a Misa, pero al cabo del tiempo se cansa de las bodas que con frecuencia se dicen desde el púlpito, o le fastidia que se hagan misas con conjuntos “pop”, o cualquier otro motivo similar, y deja de asistir, nadie se entera de ello, nadie irá a su casa para intentar convencerle de que vuelva a la iglesia, nadie querrá conocer sus opiniones, nadie se preocupará de sus problemas, nadie querrá siquiera intentar conseguir un respeto para con la recién abandonada religión.

Los confesionarios se convierten en máquinas de confesar, donde no existe relación alguna entre
el sacerdote y el fiel que acude a él: hay unos horarios para las confesiones, otros para las misas, unas disposiciones para las bodas, etc. Si alguien desea contraer matrimonio, le basta con presentar
varios testigos. Naturalmente, estos testigos no tienen que acreditar nada, simplemente tienen que ir
allí y declarar lo que quieran. En la propia parroquia, nadie conoce a quienes van a casarse; por otra
parte, casi nadie se casa en su parroquia. Los sacerdotes viven su vida al margen de la sociedad, hacen misas para los convencidos, hablan a los convencidos, piensan sólo en los convencidos, y como sea que a la Misa van sólo los convencidos, no pueden conseguir nuevos prosélitos. Lo que sí puede ocurrir es que algunos de los asistentes, escuchando alguno de estos absurdos y politizados discursos, decida retirarse. Las Misas son monótonas, pesadas, siempre iguales. El sacerdote, en castellano, vascuence o latín, arrastra las palabras, parece tener prisa por acabar. Las grandes misas de Beethoven, Bruckner, Mozart o cualquier otro músico, pensadas precisamente para dar realce a las ceremonias religiosas, se conservan para las salas de concierto. De vez en cuando alguien dice:
... yo conozco a un sacerdote muy bueno...”, “...Mosen tal, ése sí que es un sacerdote como
deberían ser todos...”, etc., etc.

En todas partes, los religiosos se asemejan a esos funcionarios tan temidos y criticados, que por
suerte cada vez abundan menos, antipáticos y no dispuestos a complacer a nadie. Yo mismo, en una
ocasión, para asistir a un concierto de órgano que se celebraba en una iglesia de Barcelona —Nuestra Señora de Pompeya, concretamente—, y sin saber el nombre, y no hallándola en la guía telefónica, efectué cinco distintas llamadas al obispado para preguntar el nombre, dándoles la situación y pidiéndoles el teléfono. Cinco números distintos tuve que marcar, sin que nadie me supiese dar razón ni tan siquiera se mostrase amable. Tuve que preguntárselo a un guardia urbano, quien mostró una solicitud mucho mayor, y que me facilitó el nombre de la mencionada iglesia.
Cuando en ocasiones se celebran ceremonias religiosas por las almas de Hitler o Mussolini, la
Iglesia se apresura a prohibirías o a restringir su asistencia. Es decir, cuando tiene la oportunidad de
reunir en una celebración religiosa a algunas de esas personas que, según la propaganda, detestan y
persiguen a la iglesia, cuando pueden convencerles, aprovechando la celebración,. prefieren sin
embargo no celebrar la ceremonia.
Un muy buen camarada, persona creyente y practicante, me explicaba que hace algún tiempo, el
día de Navidad, mientras se hallaba rezando en una iglesia del barrio antiguo, un sacerdote se le
acercó para decirle que debería marcharse porque tenía que cerrar la puerta. ¡Una iglesia sujeta a un
horario, como un colmado o una peluquería!. ¿No sería más lógico que las iglesias permaneciesen
abiertas día y noche, con una vigilancia, si fuera necesario, para evitar hurtos, pero a disposición de
los creyentes? Cada vez aumenta más el número de creyentes que prefieren ir a la iglesia en las horas en que no se celebra ceremonia alguna; sin embargo, es frecuente que a uno le llamen la atención si está paseando o leyendo en un claustro, por ejemplo.

Esta es la situación de una Iglesia decadente, que ha perdido su afán proselitista, prueba evidente
e indiscutible de su decadencia. Si la Iglesia, no corrige este ya casi irreversible proceso,
desaparecerá. Mientras se limite a ser un edificio donde un grupo de personas creyentes encuentra en forma organizada y cómoda lo que busca, nada podrá hacerse. Puede parecer absurdo que sea yo quien diga a la Iglesia lo que debe hacer, pero no quiero convencer, sino simplemente exponer un hecho que está en la mente de muchos. Si la Iglesia católica quiere, por lo menos, mantener su vigencia, ser un organismo vivo, numeroso o minoritario, no importa, pero por lo menos vivo, debe organizarse como la “competencia”, cuidarse cada cual de su parroquia, visitar a las personas que viven en su ámbito, organizar actos, conciertos, funciones de teatro, o lo que convenga —como hacen otras sectas—, y, sobre todo, preocuparse verdaderamente por los feligreses. Esta manera de actuar sacrificada y sincera, quizá no reportará beneficio sostensibles, pero por lo menos sacaría a la Iglesia católica de su actual situación de inutilidad absoluta, y podría convertirla en un organismo vivo, criticado tal vez, pero respetado.

Esta visión de la Iglesia que acabo de exponer creo que está en la mente de la mayoría y en el
corazón de una considerable parte de esa mayoría. Que una institución que pierde su vitalidad está
condenada a la muerte, es algo evidente e innecesario de discutir. No he querido descubrir nada, pero creo sinceramente que pese al hecho de que, hoy por hoy, persona por persona, y humanamente hablando, las iglesias protestantes y otras sectas disponen de un mejor material humano, la Iglesia que más conviene a España es la Católica. Sus principios inmutables, su disciplina, su moral, y otros dogmas, se ajustan más a la idiosincrasia de nuestra nación, a la que no convienen las posturas anárquicas, pacifistas y decadentes, de otras confesiones. Ahora bien, el hecho concreto de que la unidad religiosa sea siempre beneficiosa para un país, al evitar los enfrentamientos y divisiones confesionales, el hecho también de que la Iglesia Católica pueda aproximarse más a la naturaleza propia de los españoles, no puede ni debe significar un proteccionismo oficial que garantice, podríamos decir por la fuerza, su supervivencia. Precisamente al haber dado a la Iglesia católica el monopolio religioso en España, es lo que la ha llevado en parte a su decadencia. Creo firmemente que las creencias religiosas están tan arraigadas en el pueblo —no ya en la intelectualidad—, pero sí en el pueblo, que es lo fundamental, que ni tan siquiera en la URSS o países dominados por su imperialismo, ha sido posible desarraigarías, pese a más de cincuenta años de propaganda y persecución. Las ideas religiosas, al tener un contenido espiritual e idealista, constituyen un beneficio indudable para los pueblos. Creo que la Iglesia católica puede ser la más conveniente para España, pero afirmo reiteradamente que este predominio debe lograrse por la lucha, por el proselitismo y por sus propios medios; tiene, en definitiva, que demostrarlo. Por ello, en este momento, para probar verdaderamente la consistencia de la idea católica, debería ser principal misión del Estado suprimir toda ayuda a la confesión católica, y sumiría así en un estado de igualdad con las otras confesiones, situación que sin duda la vivificaría y sanearía. La Iglesia Católica, en España, debido al proteccionismo estatal, se ha aburguesado. Por inercia, España es católica; todos sus grandes hombres, o la inmensa mayoría, han sido religiosos o personas de profundas creencias: Calderón, Gracián, Quevedo, Tirso, Zurbarán, Tomás Luis de Victoria, Murillo, Cortés.., pero, en la actualidad, y en líneas generales, España sólo es católica por inercia.

Jorge Mota fundador y presidente de CEDADE, del libro “Hacia un socialismo Europeo”.




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