miércoles, 21 de octubre de 2009

EL ELOGIO DEL IMBECIL de PINO APRILE

Un articulo por gentileza de LA2REVELACION. COM


Después de entregarle el carné de identidad, la tipa de la ventanilla me espetó, sin mirarme y con extremo desagrado: “Déme su número de Seguridad Social”. ¿Mi qué?, me pregunté. Yo sabía de la existencia de tal cosa: el NÚMERO DE SEGURIDAD SOCIAL, a pesar de que no me considero ningún número y a pesar de que, ni mucho menos, experimento ningún tipo de seguridad, y menos social.
“No lo tengo”, respondí tranquilamente, esperando inocente que la señora funcionaria supiera cómo hacer frente a esa situación. Por lo visto ese número aparece en la tarjeta sanitaria, que evidentemente yo no llevaba encima porque esto que os cuento ocurrió en ese plácido tiempo en el que yo jamás fui al médico. (Ahora he vuelto a esa costumbre, la de no frecuentar la medicina: me vuelve a ir mejor). Y atentos, porque la doña, la señorona, la tipa de la ventanilla va y me suelta: “No, si tu número de Seguridad Social me aparece aquí ―señalando la pantalla de su ordenador, que ella sabía más o menos encender y apagar―. Pero te lo tengo que pedir a ti”. La contemplé prendado de fascinación. La tipa me pedía un dato que ya le aparecía en la pantalla, a sabiendas de que yo no llevaba el numerajo de marras, pero me lo tenía que pedir. “Vaya, una imbécil”, murmuré, y en ese mismo momento la verdad cayó sobre mí, desterrando todo atisbo de buena intención que me pudiera acompañar en aquella lejana mañana.
Sí, amigos, imbécil, del latín baculum, bastón: el que no sabe andar sin bastón, sin ayuda, por sí, el que no sabe manejarse consigo mismo ni con los demás. Como ya os estaréis imaginando, la gestión se pospuso durante no sé cuántas visitas más, horas perdidas, tiempo regalado, vida robada que aquella tipa y sus métodos fueron capaces de arañar. Pero un imbécil en una ventanilla es temible, invencible, todopoderoso. ¿Por qué?, me pregunté durante mucho tiempo. ¿Por qué hay tantos imbéciles en el mundo? ¿Son mayoría? ¿Por qué están colocados, como piedras en el camino, justo en el lugar en el que provocan que la paralización del correcto funcionamiento de las cosas? Al principio no lo entendí, pero dado como soy a la deducción matemática sí que fui consciente de que aquello no podía deberse a la casualidad. Pocas cosas lo son. Las cuentas no me salían: era imposible, pese a la cantidad de imbéciles existentes, que todos hubiesen llegado a ocupar cargos de responsabilidad, ventanillas concretas, altares de jefatura. Alertado por la matemática, desde ese momento dejé de discutir, por sistema, con cualquiera que ofreciera signos de imbecilidad: bibliotecas, trabajo, bancos, transportes públicos, bares… Evité de ese modo el desagradable trato con imbéciles, que además tiene la consecuencia inevitable de volverte imbécil a ti también, a ti, sí, que duermes ocho horas diarias, que te alimentas de forma equilibrada y que te apareas eficazmente, es decir: tú, que tienes la mente en condiciones.
Sin embargo, no fue hasta hace muy poco que un tipo llamado Pino Aprile me descubrió el porqué de esta circunstancia que todos padecemos. Este periodista italiano, en su Elogio del imbécil, propone lo siguiente: la inteligencia ya no es el criterio de selección natural; el Homo Sapiens, una vez que consiguió aumentar su número hasta garantizarse la supervivencia, pasó a necesitar la imbecilidad como arma para seguir poblando el planeta en la cúspide de esta cadena alimenticia que hace que los pollos y las terneras, y no nosotros, estén en los mostradores, despiezados y jugositos. Paciente pero muy sarcástico, Aprile narra cómo el Cromagnon se impuso al Neandertal, más dotado que él en capacidad craneal, y da explicación puntual a cómo las muchedumbres necesitan de la imbecilidad para continuar. Einstein se preguntó: ¿cómo es posible que casi todo se inventará hace siglos, y que ahora, que somos en número más que nunca, no inventemos apenas nada? Claro, él reflexionó magistralmente sobre el espacio-tiempo, pero no lo hizo sobre los imbéciles.
Aprile nos ofrece ejemplos concretos, algunos muy del gusto de esta página y sus visitadores: los aqueos mandaron a la flor y la nata a morir bajo las murallas de Troya, mientras los menos capacitados, los peores, los más imbéciles, quedaron atrás, reproduciéndose y perpetuando la especie. Cuando los héroes regresan a sus respectivas patrias, se encuentran con una pléyade de parientes imbéciles en los que no se reconocen. La guerra, por tanto, es un método que la evolución ha inventado para controlar y mermar la inteligencia.
También el mito de Dédalo nos avisaba sobre el peligro de la excesiva inteligencia. Nada nuevo fuera de los griegos, nuevamente.
Pino Aprile nos revela el porqué de que las jerarquías, los mejores puestos, los de más responsabilidad, estén ocupados, indefectiblemente, por tarados, discapacitados, no aptos, en definitiva. Él muestra como ejemplo a Nikita Kruschev y Gerald Ford, máximos mandatarios mundiales en un momento dado de la década de los setenta. Pero el caso es que el asunto va a más, porque si esos dos resultan incapaces, ¿qué me diréis de los que nosotros conocemos? ¿Os habéis detenido a hacer la lista de los que tenemos ahora: Aznar, Rajoy, Zapatero, la ministra del Tabaco y el Vino, Caldera, Manuel Chaves, Bush, Montilla, el jefe del Estado español? Es asombroso. Esos tipos, en cualquier pandilla juvenil serían a los que mandaríamos siempre a por tabaco, y sin rechistar, son los que mandan. Por no hablar de banqueros, empresarios, presidentes de clubes de fútbol, presidentes de comunidades de vecinos…
Ya conocéis mi rechazo a la recomendación, pero esta vez, sólo por esta vez, me permito la licencia de recomendar el Elogio del imbécil a todos aquellos que no quieran volverse locos preguntándose insistentemente: ¿por qué hay tantos, oh, Zeus, por qué? Me consta que es duro reconocerlo, pero no podemos seguir ocultándolo ni un momento más: la funcionaria que me pidió el número de Seguridad Social, con toda su desmedida estulticia, es la cúspide de millones de años de evolución. Bendito seas, Pino Aprile. Me extinguiré callado, leyendo a los griegos, ocultando la mucha o poca inteligencia que mi cerebro de Sapiens haya llegado a desarrollar. Y sin saber aún cuál es mi número de Seguridad Social, por cierto.

1 comentario:

  1. Creo que la solución está en hacerse pasar por imbécil también. Sé que es complicado y que en algún momento se te puede escapar algún comentario brillante, pero hay que intentarlo. Cuando te pregunten tu número (de lo que sea) le dices otro, y así, continuando la farsa insistentemente, puedes llegar a saturar su ya de por sí limitado cerebro. Cuando sus neuronas estén colapsadas sus funciones vitales empezarán a fallar. En ese momento te dirá que tiene que irse a desayunar, pero no puedes darte por vencido. Sigue insistiendo o espera hasta que vuelva.
    Un día me aconsejaron que no discutiera con imbéciles, ya que me llevarían a su terreno y me ganarían con su experiencia. Aún así, no puedo evitarlo, es mi condición de luchador.

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