EMILIO UTGES HUERTA
Peino algunas canas y, por tanto he vivido alguna que otra crisis económica anteriormente. Esta es la peor y definitiva.
La crisis económica es solo la punta del iceberg. Debajo se halla una crisis moral que jamás se había producido.
Desde mediados del siglo pasado han proliferado una serie de políticos y gobernantes que han puesto el mundo patas arriba. Se han producido unos cambios tan vertiginosos que la mente humana es incapaz de asimilarlos. Se han invertido los términos. Lo que ayer era bueno desde tiempos inmemoriales. Ahora es malo. Nuestros genes no pueden asimilar ese proceso en tan poco tiempo. De ahí que la mayoría de individuos sufran diversas patologías mentales. Es como si pretendiéramos que en tres generaciones, los perros pudiesen manejar maquinas.
Estamos inmersos en las nuevas tecnologías. Vivimos pendientes de unos aparatitos que nos maravillan. Nuestras vidas son virtuales. Sin embargo una parte de nosotros sigue necesitando del cariño, la ternura y el contacto con los demás seres.
Hemos olvidado a Dios y, sustituido por unos seres mortales que en polvo se convertirán. Hemos dejado los Evangelios y la Verdad Revelada, por unas filosofías humanas. Hemos dejado a la Iglesia para abrazar sectas de todo orden; políticas, sociales, deportivas y, hasta satánicas. Se fanatiza con todas esas fuerzas disgregadoras y vacías de contenido. Llegamos hasta el absurdo. Por un lado se asesinan a millones de bebes en el vientre de la madre y, por otro los científicos crean una vida artificial en las probetas.
Cualquiera que peine canas podrá comprobar que, el hombre se ha envilecido. Se ha destruido los valores de la familia. Antes ocupaban el centro de atención los mayores a los que se les guardaba respeto y veneración por su sabiduría. Hoy la sabiduría se la reconoce por la capacidad de manejar las nuevas tecnologías. Mientras los hijos son los reyes de la casa y, viven alejados del núcleo familiar. Los ancianos se les abandona en esos precementerios llamados residencias, alejados del calor humano de los suyos.
Ayer nacíamos y crecíamos en unos valores. Ser honrado, trabajador, esmerado, fiel y con espíritu del esfuerzo y el sacrificio. Hoy, lo único que importa es conseguir el éxito. Cuanto más rápido mejor y, no importa de que modo o forma. Se admite socialmente que para ello se haya de pisar a los demás sin escrúpulo alguno, robar, estafar, dejar en la miseria a los demás. Todo vale para conseguir el éxito y, encima la sociedad aplaude estas prácticas miserables. Los padres se sienten orgullosos de este monstruo que han creado y que, acabara devorándolos sin piedad.
Así en el mundo de los negocios y lo laboral. Reina la ley de la selva. Se ha vuelto a la explotación pura y dura como la de los algodonares. La clase dirigente no le tiembla el pulso a la hora de despedir a quienes con su esfuerzo y muchas veces a costa de su salud han levantado y mantenido una empresa. Antes se valoraba la entrega, esfuerzo y honradez de un trabajador. Ahora solo se valora a los reptiles que baboseando se deshacen en halagos al jefe y, compromete a los demás. La codicia es tan grande que no importa dejar a un ser humano al raso. En las empresas siempre acaba imponiéndose lo peor. Las personas sin escrúpulo alguno. Los más mediocres, son los que mejor se acomodan y adaptan a una situación inmoral. Y, a pesar de ello. El capital quiere más y acaba dejándolos a todos en la cuneta. Se muda a otros continentes donde se puede explotar mejor. La vida de unos pobres trabajadores no se dilucida en la propia fábrica, con el dueño al frente. Si no en un despacho lejano es donde se decide la vida de unos pobres trabajadores que, solo son vistos como una maquina más que no cuesta dinero y, se puede reemplazar por miles que aguardan turno. Las maquinas reciben mejor trato.
En estos momentos hay unos dramas personales y familiares, por el egoísmo y la codicia más enfermiza. Cuatro locos ensoberbecidos con ganas de tener, aunque no puedan masticar. Han traído la tragedia a muchas familias. La desesperación es grande y, los suicidios ya son la primera causa de muerte. Pero con lo que no cuentan esos enfermos endemoniados es, que un día tendrán que rendir cuentas de su vida ante el Altísimo, crean o no. Ni siquiera en su ceguera, pueden llegar a pensar que nada de lo que han conseguido en esta vida, se podrán llevar. Que polvo son y en polvo se convertirán. “Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios” Mat: 19:24. Da igual que sean ateos. Ello no los librara de pasar por la única Justicia conocida. Eso es como muchos reos que ante un tribunal no reconocen al mismo, pero son juzgados. Que tal es así que todos aquellos que se ven en el trance de morir, acaban rezando y solicitando a un sacerdote. “Porque ¿de qué provecho le será al hombre si gana todo el mundo, pero lo paga con perder su alma? Mat: 16:26ª. Demasiado tarde para arrepentirse. Me imagino el terror que sentirán en esos momentos y, seguro que entonces en sus últimos suspiros sentirán el mal producido. Todo lo contrario con la paz y tranquilidad de cómo lo hacen los pobres y personas rectas y santas.
A poco que una persona se serene y medite en calma, se dará cuenta de que cada vez estamos más lejos de conseguir la felicidad del género humano, que debería ser la meta de nuestros actos. Ya hoy, nadie sonríe. El odio, envidia, materialismo y egoísmo lo anega todo. Es tanta su miseria humana que para calmar su sed de felicidad, tiene que recurrir al estimulo de las drogas, alcohol e incrementar sus posesiones. Particularmente no envidio a ninguna persona encumbrada, ni ensalzada socialmente. Me quedo con la pobreza material y la riqueza espiritual de esta santa que vivió y murió como la más feliz del mundo. La Madre Teresa de Calcuta. Este es mi referente. Así que no vivimos una crisis económica, si no moral y, en vez de rectificar, vamos cada vez con más fuerza hacia el abismo.
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