El Virrey apenas tenía ingresos y no podía mantener tropas. Los catalanes no querían pagar nuevos impuestos y pagaban mal los pocos que debían a la Corona. Así, los soldados no cobraban y llegaban a desertar o buscar otras ocupaciones. Por ejemplo, los 700 soldados de Perpiñán quedaron reducidos a 25 en 1621. La frontera con Francia estaba desguarnecida.
En 1626 se juntan Cortes en Barcelona y acude el Rey, que tras largas deliberaciones previas para que se trataran primero los “agravios” que tuvieran los naturales del país, consigue proponer a las 3 semanas su proyecto. Les dice así Felipe IV:
“… mi ánimo no sólo es de no alteraros las leyes y prerrogativas que os dieron los otros Condes y Señores mis antepasados, sino daros de nuevo cuantas pudiere con justicia, favoreciéndoos con larga mano…
Mis enemigos han hecho contra mí y contra todos mis Reinos, Liga ofensiva y defensiva por quince años. Por este mismo tiempo, deseo que juntéis las armas, mis Reinos y Señoríos, para que el terror de este poder escarmiente lo injustos y pérfidos intentos de los enemigos de Dios y míos… Hijos, una y mil veces os digo y repito, que no sólo no quiero quitaros vuestros fueros, favores e inmunidades, sino añadiros otros muchos…”
Pues nada, que hubieron de suspenderse los debates sin llegar a ningún acuerdo, y el Rey tuvo que irse sin nada. Nueva reunión en 1632 y el mismo resultado. Las Cortes ya no servían para nada, no se reunían y cuando se reunían no llegaban a acuerdos. Eran inútiles. Mientras, las Cortes Valencianas y de Aragón sí que llegaron a acuerdo y dieron un apoyo, aunque inferior al solicitado.
El impuesto de los quintos que debían pagar los ayuntamientos a la Corona no se cobró nunca, adeudando los ayuntamientos casi un millón de escudos.
En 1632 la Santa Sede autorizó un diezmo sobre los ingresos eclesiásticos, que los clérigos catalanes tampoco quisieron pagar, destacándose los de Vich al frente de la protesta, llegando a cerrar las iglesias.
En 1633, una compañía que pasaba camino del Rosellón fue atacada sucesivamente en la comarca de Vich y finalmente fueron exterminados sus 250 componentes. Pero allí no pasaba nada ni se tomaban medidas.
En 1635 nos declara la guerra Francia. Los catalanes siguen negándose a reclutar hombres. Algunos prohombres por su cuenta quisieron reclutar y apenas consiguieron unos pocos entre criminales salidos de las cárceles, pero que desertaron y se pasaron a los franceses con sus armas cuando les llegó el rumor de que los querían llevar a Italia.
Por fin, en enero de 1637 el Consejo de Ciento barcelonés aceptó pagar durante 5 meses los gastos de un batallón y un donativo al Rey de 40.500 escudos. Madrid les pidió en mayo que reclutaran 6.000 hombres para defender sus fronteras y liberar a otros tantos que se mantenían allí y eran necesarios en Italia. Pero se negaron. El ejército español tomó la iniciativa y atacó en el Languedoc, pero los refuerzos catalanes no llegaron y los franceses nos derrotaron en Leucata.
Los franceses atacaron España por Fuenterrabía, en el País Vasco, en 1638. Fueron derrotados y en el Rosellón catalán se festejó esa victoria como propia, pero sin comprometer hombres. En 1639 la ofensiva francesa se produjo en el Rosellón y lograron tomar la fortaleza de Salses, reputada como inexpugnable. Ahí vieron los catalanes las orejas al lobo y por fin se avinieron a reclutar soldados, con ayuda de los cuales se recuperó la fortaleza de Salses el 5 de enero de 1640, pero con muchas bajas, sobre todo por enfermedades, lo que produjo mucho descontento entre los mismos catalanes.
El problema del alojamiento de las tropas
Dado que los catalanes fueron tan remisos en alistar hombres o dar dinero para que se formaran compañías de soldados, forzosamente hubo que llevar soldados de otras partes, muchos extranjeros, que se entendían mal con la población. Entonces no había cuarteles como los conocemos hoy, o bien eran escasas fortalezas. De modo que los soldados habían de avituallarse del medio en el que vivían y estaban acampados. Como no recibían pagas, habían de procurarse víveres de cualquier forma, muchas veces por la fuerza.
Según las constituciones catalanas, los catalanes estaban obligados a aposentar y alojar a los soldados en sus casas, distribuyendo las posadas los corregidores de las poblaciones. Y debían servirles sal, vinagre, fuego, cama, mesa y servicio gratuitamente. El resto debían pagarlo los soldados”.
Pero claro, los naturales no querían soportar esta carga y las instituciones catalanas no querían pagarlas y el tesoro real estaba exhausto. Así que surgieron numerosas fricciones, pues los naturales veían la estancia como una ocupación molesta.
Así lo veía el Conde-Duque de Olivares:
“No me parece que he oído desatino igual al de la Diputación y Consejo de ciento en esta ocasión… en efecto, Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella… Ha de tener reyes y señores, pero que a estos señores no les han de hacer ningún servicio, ni aquel que es necesario precisamente para la conservación de ella. Que este rey y este señor, no ha de poder hacer ninguna cosa en ella de cuantas quisiere, y lo que es más, de cuantas conviniere; si la acometen los enemigos, la ha de defender su Rey sin obrar ellos de su parte lo que deben, ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de obrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle, el tiempo que no se puede campear (guerrear), no le ha de alojar la provincia… Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia..”
Uno de los excesos se produjo en el castillo de Palautordera, donde un pacífico y noble caballero, Antonio de Fluviá, franqueó las puertas a la tropa, compuesta de napolitanos, que lo saquearon y mataron al noble. Esto produjo muchas reacciones virulentas y llamadas a la rebelión en el Consejo del ciento y la Diputación de Barcelona, por lo que fueron detenidos algunos diputados.
En Santa Coloma de Farners llegó como aposentador de las tropas un alto funcionario del Gobernador de Cataluña, pero él y su séquito fueron muertos al incendiar la multitud su hostal. Las tropas se fueron retirando asediadas por numerosos bandoleros y unos 3000 hombres armados. Para combatir contra Francia no se alistaban, pero para combatir al ejército español que estaba para defender a Cataluña, sí que se alistaban. En su retirada los soldados incendiaron uno de los pueblos y su iglesia, donde los rebeldes habían almacenado sus víveres, en Riudarenas. La rebelión se generalizó en las comarcas de Gerona y La Selva.
Los soldados realizaron una expedición de castigo contra Santa Coloma de Farners y Riudarenas, que eran las poblaciones que peor se habían portado. Aunque tenían orden de derribar 20 casas, saquearon todo el pueblo y lo quemaron, pero sin víctimas, pues habían huido todos los habitantes. Esto motivó que el Obispo de Gerona los excomulgara, con lo que los rebeldes encontraron un excelente motivo para dar a su revuelta un tono religioso y justiciero, de guerra santa. Entraron en Barcelona y sacaron de la cárcel a los presos.
El Virrey procuró evitar los choques y que las tropas se fueran al Rosellón. En esa comarca y en la fortaleza de Rosas se acuartelaron, dejando Cataluña de los Pirineos hacia abajo a su suerte. También marcharon de Rosas y se instalaron en Perpiñán, que no les abrió las puertas y tuvieron que hacerlo a cañonazos. Durante la noche desaparecían 15 soldados, que pensaron que desertaban, hasta que supieron que eran asesinados cada noche.
Los insurgentes iban a la caza de realistas y también de ricos. La revuelta tomó un tinte social anarquista, con los criminales, desocupados y vagabundos como protagonistas.
José Luis Corral
bien y muy claro pero incompleto
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