Mis queridos lectores: Hoy voy a escribir una parte de mis
memorias y, al final sabrán la razón por que lo hago.
Hace unos años empecé a escribir mis memorias y, me detuve
en el periodo de la transición. Me quede en el punto de la muerte de Franco. Ha
partir de aquí no fui capaz de seguir, porque me produce sonrojo el
desmantelamiento del Régimen del 18 de Julio, como no fuimos capaces de parar
aquella avalancha de traición, perjurio e ignominia.
Tuve una niñez muy difícil en cuanto a salud se refiere. Sufrí
varias pulmonías desde los nueve meses hasta la adolescencia. Eso hizo madurar
desde muy niño, a tener clara conciencia sobre la muerte. A los once años quede
postrado en una cama con un asma que me asfixiaba cada día más. Había momentos
en que quedaba azulado y, tenia claro que me quedaba poco tiempo. Los médicos
que, fueron muchos los que me trataron se veían impotentes para salvarme de
aquella encrucijada. Uno de ellos y, en mi presencia le dijo a mi madre que ya
no sabia más que hacer por mí y, le dio una idea que en aquella época era muy común.
Un cambio de aires. En aquella época no era asequible para un trabajador, irse de vacaciones a un hotel, así que se les
encendió el bombillo y, pensaron en enviarme a un campamento parroquial, pero
ya estaban todas las plazas cubiertas. Así que buscaron en el Frente de
Juventudes y, también estaban todas las plazas cubiertas, sin embargo por
influencia me asignaron plaza en un campamento dedicado a aprendices. Chicos de
14 a 20
años trabajadores de factorías como SEAT, PEGASO, HISPANO OLIVETTI, etc. Mi
madre me acompaño a Barcelona para tomar los autobuses que nos conducirían al
Campamento de San Quirico de Safaja. Me despedí de mi madre convencido de que
no regresaría con vida a mi casa. Por un lado me entusiasmaba la idea, puesto
que desde que tengo uso de razón que sentía una increíble admiración por Franco
y, lo que representaba, tal es así que en el balcón de mi casa en fechas
oficiales hacia ondear las enseñas de España, Falange y el Requete que con
trozos de sabanas y, pintados a lápiz pastel cree y, las sujetaba con unas simples
cañas. Izaba las banderas y toda la chiquillería del barrio se reunían bajo mi balcón
para entonar “El Cara al Sol” y, daba los gritos de ritual con toda la pasión
de un niño que se toma a pecho lo de los mayores. Así que por este lado, era un
sueño ir a un campamento del Régimen. Pero estaba más muerto que vivo y, me
aterraba pensar que no podría cumplir con las actividades del campamento. Apenas
podía andar unos pasos y, creí que me quedaría sin aire en una de las
actividades y, allí dejaría la vida.
Llegue al campamento y, ya estaban todos los jefes y, el medico
informados de mi situación. Llevaba consigo todo de informes médicos,
medicamentos para entregarlos al medico. El jefe de campamentos se llamaba Gil
Moreno y, era moreno, el subjefe se llamaba Gil Ros y era rubio, lo cuento como
anécdota. Los jefes me llevaron a una tienda y, me dijeron que sabían de mi
situación y, por lo tanto en vez de compartir tienda de campaña con mis
compañeros, lo haría con el medico, que no me preocupara por nada, que
participara solo en las actividades que me viera capaz y, si se me hacia duro podía
abandonar toda actividad. Me sentí aliviado de todos mis temores. Empecé a
asistir a las charlas y, al santo oficio de la misa. En esas charlas si ya
amaba a España con todas mis fuerzas, la emoción me embargaba y, se me humedecían
las pupilas de respirar tanto patriotismo. Allí profundice en el conocimiento
sobre nuestro héroe y mártir José Antonio, sobre la Falange y, casi entraba en
éxtasis. Recuerdo que por mi situación era una persona que razonaba como un
maduro, era muy sensible a todas las cosas que fortalecían el alma y el espíritu
y, sentí que mi vida empezaba a cambiar. Me quedaba embobado escuchando las
magistrales charlas que impartían acerca de nuestra gloriosa Historia, nuestros
héroes, mártires y santos y, me sentía como en un cielo desconocido. Sentía el
deber que tenia para con mi Patria y, en deseos de ser uno de ellos. Aquello me
quedo grabado a sangre y fuego hasta el fin de mis días. Era tanto el alimento
espiritual que recibía que en unos pocos días, me fui sumando a otras actividades
y, a mitad del campamento ya hacia vida normal y, me asignaron formar parte de
una escuadra como uno más. Hice marchas aunque llegaba el último junto a mi
escuadra que no me dejaban ni a sol ni a sombra. Regrese a casa totalmente
sano. Los médicos no daban crédito a ese cambio radical. Casualmente al cabo de
unos veinte años, cerca de mi casa me cruce con el subjefe Gil Ros, nos
reconocimos ambos al instante. Se hallaba de visita en mi ciudad y, sentí una
enorme alegría de hallarlo. Lo recordaba todo muy bien y, me confeso que tal
como entre, los jefes tenían la certeza de que saldría del campamento con un ataúd.
Nada más llegar quería afiliarme a la O.J.E., pero mi padre que era
de izquierdas, milito en el P.O.U.M., se opuso, no porque estuviese contra el Régimen,
si no porque no le gustaba que me metiera en política ya que el salvo la vida
de milagro, pues en la contienda los comunistas de obediencia a Rusia exterminaron
a sus camaradas del POUM. Pero a escondidas acudía al Hogar Juvenil y, al siguiente
año repetí en el mismo campamento. A los quince años mi padre falleció y, a los
pocos día pude ver cumplido mi sueño de afiliarme a la O.J.E.
Para no hacer la lectura eterna, seguiré con otros capítulos
más, hasta llegar a la razón que me ha conducido compartir estas memorias. Así
que continuara….
En esta foto con mi tocayo Emilio, el día que estrene mi primera camisa azul, que luci con orgullo y, que aun conservo.