Me han encomendado que redacte textos acerca de nuestro Caudillo Francisco Franco. Con tres palabras que todo el pueblo español entono durante cuatro décadas, podría describir la figura de nuestro libertador. ¡FRANCO! ¡FRANCO! ¡FRANCO! Este apellido repetido tres veces, desde lo más hondo del alma de un 94-96 por ciento de los españoles, se describe a un hombre por primera vez en la Historia.
Hasta las gentes más humildes e incultas, sabían lo que contenía ese apellido. El libertador, el salvador, el ungido, el militar, el padre, el esposo, el pontífice de la Iglesia, el Caudillo invicto por la Gracia de Dios, el Estadista, el jefe nacional del Movimiento Nacional, el Generalísimo de los Ejércitos, el padre, hermano y abuelo de todos los españoles. El vigía y centinela que nos permitía dormir a pierna suelta. El patriota y, austero soldado que velaba por nuestra seguridad, bienestar y, progreso. El hombre mejor asesorado a la hora de tomar decisiones, sometiéndose al amparo de la Divina Providencia.
En él se daban todas esas virtudes que lo convertían en el hombre de confianza de Dios en la tierra. Dios fue muy prodigo con el pueblo español, al asignarnos el mejor hombre sobre la tierra. El buen pueblo español, sufrió los peores envites del enemigo de Dios y la Patria. El sufrimiento, martirio y heroísmo que se desbordo en nuestro suelo patrio. Fue como en ninguna otra nación, bien recompensado por nuestro Hacedor.
La confianza del pueblo en nuestro Caudillo, era total e inquebrantable. Una fe ciega, sobrenatural planeaba siempre sobre su aura. Que El Alcázar era día y noche bombardeado, sin posibilidad de avituallamiento. No caía la moral. Que unos soldados quedaban solos en una trinchera, ninguno la abandonaba. Si viene Franco, aguantamos. Y, durante tres años largos de interminable espera, como un ángel bajado del cielo, allí llegaba el y, el alborozo era grande. Todo sacrificio era recompensado, cuando marcial, firme y seguro, aparecía el hombre providencial. Con todo lo que pasaron los asediados de El Alcázar. Cuando el coronel se cuadra a darle novedades, solo atina a decir: “Sin novedad en El Alcázar”. Que importaba los extenuantes sacrificios sufridos, si ante si tenían al Caudillo. Venció al enemigo marxista en los campos de batalla de buena lid, siendo el primero en derrotar al gigante bolchevique que, tanta sangre costo.
Y, era normal que todo así sucediese. Por que Franco era hombre sabio y, conocía nuestra Historia, siempre regada con la sangre de nuestros mejores soldados. Conocía e identificaba a todos los enemigos seculares de España. Conocía de nuestras debilidades y, por ello al tomar posesión como Jefe del Estado Español, prometiera que su pulso nunca temblaría y, conduciría a nuestra nación a lo más alto. Y, así fue. Mientras las luces de nuestros hogares se apagaban y, dormíamos a pleno pulmón, soñando y, haciendo realidad lo que nuestro capitán prometía. La luz de El Pardo se apagaba al alba.
Amo tanto a España que no podía fingirlo. Ni le producía rubor expresar ese amor que, desde niño encubro en sus entrañas. Comenzó a aplicar el ideario político de nuestro primer caído. José Antonio y, lo hizo con la convicción de que era lo que requería España. Así las conquistas sociales del franquismo fueron las más avanzadas del mundo entero. Nunca miro por su bienestar, si no el de los más débiles y, puso en marcha la maquinaria para convertir a nuestra nación en la octava potencia mundial. Creo industrias de interés nacional que, a la vez crearían a su sombra otras muchas. El progreso era evidente y, el mundo lo reconoció hablando del milagro español. Pronto pasamos de la alpargata al seiscientos, de la hambruna a la dieta saludable. Las pagas extras de Navidad, 18 de Julio y vacaciones, nos convirtió en el país más remunerado para el productor. Los enemigos de España que no habían encajado nuestra victoria, nos declararon el boicot internacional, se fueron los embajadores y, a los pocos años regresaron los embajadores, los que venían no eran los mismos, pero quien lo esperaba era el mismo. En nuestro país recalaron todos los presidentes de EE.UU. y, de todos los continentes.
Franco solo se debía a España y, al bien de todos los españoles. Nunca participo de intrigas y guerras que los vencedores impusieron. Evitando por ello el sufrimiento de combatir en la II Guerra Mundial. Franco nunca jamás tuvo complejos, ni se arrodillo y claudico ante las potencias del momento. Hizo gala de abrazar el falangismo, usando la camisa azul, El Cara Al Sol como himno nacional y, el brazo en alto que tanto escandalizaba a Occidente. Como tampoco le importo esas demostraciones de su religiosidad, arrodillándose en plena calle sosteniendo la cruz de Don Pelayo o entrando en los templos bajo palio, por que la Iglesia de entonces no contaminada por el progresismo, sentía en el, al ungido que de la mano de la Divina Providencia salvo a la Iglesia de aquel holocausto y, a la Patria de las garras del mismísimo diablo.
Franco no es comparable a ningún otro gobernante de la Historia. Ningún otro concito la adhesión de todo un pueblo. Como ningún otro, después de 38 años muerto, recibe cada 20 de Noviembre el tributo de lealtad de su pueblo. Franco es España y, en los últimos años, ante la orfandad de la Iglesia, de facto se convirtió en el pontífice de la Iglesia española. Murió con párkinson y, sin embargo nunca le tembló la mano como prometió. Así que cuando todo el pueblo español, espontáneamente aclamaban al Caudillo, con el grito de ¡FRANCO! ¡FRANCO! ¡FRANCO! Entendían más y mejor de lo que me he expresado, lo que fue el mejor estadista del siglo XX.